A la sombra generada
por los verdes chaguaramos,
lo vimos, cuando pasamos,
pintando a su hermosa amada.
La fiebre policromada
de la tarde caraqueña
me dijo, en forma risueña,
lo que siempre sospeché:
Los amores de Cabré
con la montaña avileña.
Los amores de Cabré
con la montaña avileña.
Con dulzura impresionista,
sin buscar la vanagloria,
Manuel vive en la memoria
de su pincel paisajista;
El Ávila lo conquista,
pretendiendo ser su dueña
y el pintor mismo se empeña
en divulgar lo que sé:
Los amores de Cabré
con la montaña avileña.
Los amores de Cabré
con la montaña avileña.
Desnudando el corazón
de la montaña de flores,
le cuenta de sus amores
al amigo Reverón,
quien sufre de una pasión,
de una pasión ribereña;
y mientras el pintor sueña,
en décimas cantaré:
Los amores de Cabré
con la montaña avileña.
Los amores de Cabré
con la montaña avileña.
La belleza creadora
hizo el amor más intenso,
pero, con tristeza, pienso
que llegó la mala hora,
cuando la mano pintora
dejó de hacer su reseña;
y en la tarde caraqueña,
por siempre, recordaré:
Los amores de Cabré
con la montaña avileña.
Los amores de Cabré
con la montaña avileña.
Los amores de Cabré
con la montaña avileña.
Los amores de Cabré
con la montaña
avileña.
Guitarra (7 cuerdas):
Jesús “Pingüino” González.